Sin duda que nuestras particularidades de mexicanos quedaron profundamente marcadas por la guerra civil de 1910; la Revolución Mexicana sentó bases en nuestra reconstrucción humana, luego de la Independencia y Reforma, dejándonos huellas que se reflejan en tendencias políticas, sociales y hasta ideológicas, incluidas las religiosas.
Hasta entonces, la influencia europea era trascendente para definir las formas de vivir; casas victorianas, vestuarios de influencia francesa y disciplina militar; modelos a seguir por las altas esferas sociales y aspiración de posesión, riquezas y poder para los demás.
La Revolución Mexicana fue, en realidad, dos guerras en una: la rural, encabezada por Emiliano Zapata, cuyo lema ¡Tierra y Libertad! llevaba impresa su ideología de justicia social; y la de Francisco Villa, con base a la toma militar del medio urbano y las instituciones.
De ella emergió una casta de caudillos gobernantes quienes consolidaron un sistema político que recién empieza a ser derrumbado. Las instituciones se construyeron y por mucho tiempo se sostuvieron por las fuerzas representadas; en el medio rural, centrales campesinas y organizaciones ejidales mantenían un control férreo sobre los agremiados y en el urbano, con sindicatos y distintas organizaciones corporativistas, base y soporte para la cúpula gobernante, constituida de inicio por ex revolucionarios, luego heredando a sus hijos y familiares. Algunos, hasta la fecha, se benefician con el usufructo del esfuerzo de sus mayores.
Esa guerra civil permitió la aparición de líderes posrevolucionarios quienes, primero siendo militares y luego civiles institucionalistas, dieron origen al dominio priista de gobierno, dentro de un México cerrado a toda influencia exterior en sus políticas internas, llegando a tener períodos de gloria y desarrollo. Cuando el mundo cambió, esos integrantes de la cúpula del poder apostaron a una apertura regulada por ellos mismos, con un plan de cooperación internacional denominado “Tratado de Libre Comercio”, incluyendo un mejor control administrativo y económico, como requisito exigido por el extranjero; luego, al no poder satisfacer las necesidades de la mayor parte de mexicanos, encontraron el camino con el discurso de la democracia, creando aparatos electorales difíciles de manipular, hasta terminar con el IFE y el Trife, autónomos, desencadenantes en parte del despeñe del sistema dictatorial dominante a lo largo de setenta años.
Lo malo: la falta de autoridad y liderazgo, efecto no previsto y que ahora nos genera inestabilidad política.
La Revolución Mexicana también sentó bases importantes para llevar, decenas de años después, salud y educación a las mayorías; el mismo sistema de fuerzas interdependientes crearon el cuello de botella de la ineficiencia y la corrupción que ahora nos agobia; habrá que diferenciar uno de otro fenómeno para dimensionar el enorme beneficio de la lucha armada.
También debemos reconocer la trascendencia de los antecedentes históricos mexicanos, pero igual de importante será romper con los paradigmas que nos crearon.
Los nuevos gobiernos de México exigen sistemas eficientes y honestos en administración pública, justicia social y seguridad; acuerdos entre los distintos poderes; sobre todo, cambios culturales de fondo, actualización de los sistemas educativos, rejerarquización de los valores sociales y humanos, generando como consecuencia la confianza, a través de escrupulosa transparencia.
El mundo actual requiere eficiencia y eficacia; administración y productividad, sin descuidar quiénes somos y para qué buscamos la superación como nación. Buen trabajo para el nuevo Gobierno Federal encabezado por Felipe Calderón.
El México actual enfrenta un mundo globalizado, interconectado en todos los sentidos, que ha roto con las fronteras tradicionales, geográficas, políticas y culturales con acceso automático a la información sistematizada y la generación de nuevos retos mundiales; entre ellos, como más importantes: la relación intercultural, la justicia social mundial y las enfermedades sociales como el narcotráfico.
Tanto la izquierda radical mexicana, como los ultraconservadores de derecha, deberán aprender a relacionarse en el nuevo mundo con reglas diferentes, dejando de lado la promoción fácil de las payasadas, los dimes y diretes, entendiendo el equilibrio que deben procurar entre beneficios para grupos y partidos y el bien común. Sin duda nuestros políticos y sus sistemas se han quedado atrás, tal vez por la carga de intereses y corrupción soportados; desgraciadamente nosotros caminamos a su paso.
Los nuevos retos en esa globalización son: marginalidad social de los muchos, sistemas políticos en descomposición, guerrillas virtuales o reales, crimen organizado y organizaciones poderosas dedicadas al negocio del narcotráfico, prostitución, secuestro o atraco; movimientos de protesta y diversas agrupaciones ejerciendo presión muchas veces fuera de la Ley tratando de hacer valer sus intereses.
Ojalá hayamos dejado atrás los tabúes y paradigmas de la Revolución Mexicana; la recordemos como inicio del nuevo sistema político social que ahora enfrenta el reto de adaptarse al cambio y trascender.
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